Imperan los valores negativos; columna publicada en El Nuevo Dia, 8 de marzo de 2010
Imperan los valores negativos
Hernán Padilla
El azote implacable de la delincuencia criminal en Puerto Rico, desde hace décadas, recientemente incrementada por el crimen organizado del narcotráfico, unido a la corrupción publica que corroe e intoxica la sociedad puertorriqueña en todos los niveles sociales, es producto del imperio de los desvalores.
No pretendo ser filósofo ni científico social. Comparto algunas lecciones que generosamente un sabio amigo tuvo a bien regalar. Señala el maestro, que los valores son una especial casta de ideales, conceptos etéreos y los rasgos que se consideran valiosos y representan las prioridades que motivan al individuo. Cuando nuestros padres se referían a los valores, pensaban en la bondad de una acción humana, la justicia de una ley o precepto jurídico y la equidad de una sentencia judicial. Ahora se habla de la utilidad de un objeto; importa más la ganancia que la integridad y honestidad.
La sociedad puertorriqueña actual está cosificada, auto-engañada y deshumanizada; adicta al materialismo rampante de los últimos 25 años. Las “supertiendas” son la catedral metropolitana de la nueva fe: el irracional y desenfrenado consumerismo.
Los valores se aprenden. Cada ser humano los descubre en su interacción social y cuando incorpora su interpretación de lo que es valioso para la persona, su familia o la sociedad. Esta es la medula de la complejidad de los valores. La educación es fundamental en las sociedades civilizadas. Lamentablemente instrucción pública, manchada por décadas de corrupción, abandonó su función de instruir a los estudiantes ética y los valores que engrandecen al ser humano. Tampoco existe compromiso de la familia con la escuela de sus hijos, y el hogar, las comunidades y la sociedad ignoran su responsabilidad en el proceso educativo.
Las experiencias que moldean el carácter y la personalidad del ser humano fortalecen y a veces suprimen el conocimiento y el aprendizaje. La imagen y las acciones positivas o negativas de otros ciudadanos, amigos, familiares y funcionarios, o la televisión son un potente estímulo para la formación del individuo y de las “comunidades”. La profunda crisis social insular requiere ciudadanos decentes, comunes y corrientes, que demuestren integridad, respeto, dedicación, credibilidad, honestidad, búsqueda de excelencia, calidad, dignidad, compasión, disciplina personal y generosidad.
Un gran segmento de la sociedad lamenta a diario que las últimas generaciones perdieron los valores tradicionales puertorriqueños. A todos los que sostienen algún grado de liderato gubernamental o privado, en la educación, partidos políticos, religión, comercio y las instituciones sociales les recuerdo que “sus acciones tienen más peso que sus palabras”.
La prensa y los medios de comunicación social responsables tienen la obligación moral de presentar a los miles de ciudadanos decentes de vida sencilla y virtuosa; ejemplos del buen vivir, de la buena convivencia; no de las llamadas celebridades que envenenan el tejido social. No basta con presentar los tóxicos, fracasados modelos de Júnior Capsula y El Chacal que son noticia y atraen atención publica perniciosa.
Las estrategias policíacas y penales anti-crimen son efectivas a corto plazo y son absolutamente necesarias para proteger los ciudadanos. No pueden operar en un vacío y no son la única solución. El desempleo, ausencia de actividades constructivas, la pobreza y la desigualdad económica son causa próxima del desbalance social. La educación es la gran esperanza de auténtica renovación insular.
Para que el pueblo viva seguro, tranquilo y con libertad en las calles y los campos de Puerto Rico, se requiere un profundo cambio valorativo-cultural, fundamentalmente educativo que enseñe y fortalezca valores positivos. Esta valoración no es solamente la ley. Son una serie de valores interconectados que nutren el tejido social de una buena y saludable sociedad: solidaridad, cooperación, paz, poder, seguridad y orden.
El espíritu humano no aspira solamente a la seguridad, sino a la Justicia, el supremo ideal.