La Gran Válvula de Escape; columna de junio, 2008 reproducida

La Gran Válvula de Escape

El Tratado de Paris de 1898 cobijó bajo la bandera americana 894,302 ciudadanos de Puerto Rico, convirtiéndonos en pupilos del Congreso. En 1904 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos declaró que los puertorriqueños podían entrar a los Estados Unidos sin restricciones.

En 1910 se reportaban solamente dos mil puertorriqueños en los Estados Unidos continentales. Cuando en 1917, el Congreso nos concedió la Ciudadanía, 17,000 puertorriqueños ingresaron voluntariamente al servicio militar. Así comenzó la gran válvula de escape laboral hacia los Estados Unidos.

La experiencia migratoria puertorriqueña es un fenómeno sociológico de inmigración interna, dentro del marco socio-político norteamericano. Es la historia de puertorriqueños que se mueven dentro de su propia nación, pero cuyas raíces de nacimiento, culturales y lingüísticas residen en la Isla.

Son miles las historias humanas de éxito y tragedias, y de adaptación a un idioma, clima y estilo de vida diferente e intimidante. La vida en la Gran Urbe, la ciudad que atrae a millones de hombres y mujeres empeñados en mejorar sus vidas y perseguir el “sueño americano”.

Durante la década de los años 30, el Gran Jibarito, el Maestro Rafael Hernández, junto a su hermana, operaba una tienda de música en New York. Adolfo Díaz y su esposa Pepita tenían un “boarding house” en su casa para atender a familias latinoamericanas. Pepe Ortiz, de Cayey, llego a NY desempleado y encontró trabajo en el “Biltmore Hotel” como “dishwasher”, se retiro 30 años después luego de haberle pagado la educación universitaria a sus tres hijos.

Durante la gran depresión de los 30 en Puerto Rico, la solución de muchos para sobrevivir la miseria económica era emigrar a los Estados Unidos por la vía marítima.
En 1946, luego del fin de la segunda guerra mundial, comenzó en serio el “chorro de boricuas” que “brincaron el charco”. Primero en el “Marine Tiger” y luego La “Guagua Aérea” de PanAmerican Airlines, y la TRANCA con su vuelo quiquiriquí son recuerdos tristes de muchos isleños.

En 1948, el gobierno insular, mediante una política agresiva de emplear a los puertorriqueños en faenas agrícolas fuera de Puerto Rico, recogiendo papas en Long Island y tomates en New Jersey, implanto el Programa de Migrantes dentro del Departamento del Trabajo insular. La estrategia del gobierno Popular de los años 50 fue la de promover, facilitar y coordinar la emigración masiva de puertorriqueños. Establecieron oficinas de servicios a los migrantes en 115 ciudades en los Estados Unidos. Muñoz Marín, en su mensaje a la Legislatura en 1954, dijo que los que emigran aseguran el mismo curso de todos los otros emigrantes, el “melting pot”.

Emigrar e integrarse nunca fue malo. Era necesario para el desarrollo económico de la isla. Las remesas millonarias de estos valerosos y productivos puertorriqueñas contribuyeron positivamente a la economía de la colonia. Numerosos profesionales lograron sus títulos gracias al trabajo de sus padres en las fincas del norte.

En el 1970 residían en los Estados Unidos 810,000 inmigrantes, y 581,000 puertorriqueños que habían nacido allí. Este es el retrato de la “gran válvula de escape” socio-económica, gracias al libre movimiento de los puertorriqueños hacia y dentro de la nación americana.

Hoy, cuatro millones de seres humanos con raíces puertorriqueñas residen en los Estados Unidos. Se estima que 34% nacieron en la isla; 66% son descendientes de los emigrados. Actualmente, viven 163,000 menos puertorriqueños en Puerto Rico, que en los Estados Unidos. Estudiantes, profesionales, retirados y familias completas en todos los niveles económicos se siguen sumando a la nueva generación de emigrantes para vivir en un Estado Federado.

Entre las preguntas que nos hacemos están ¿Qué pasó con el miedo al inglés?, ¿Qué ocurrió con el mito de las contribuciones federales?, ¿Qué pasó con el cuco de que la Estadidad destruiría la personalidad, la cultura y la identificación puertorriqueña? ¿Que pasaría si los separatistas imponen su criterio, sin la ciudadanía, sin pasaporte y sin libre movimiento hacia los Estados Unidos y se cierra la “válvula de escape”?

¡Habría que echarle ocho pisos a la isla!

El modelo económico de la colonia esta moribundo. Sin la “válvula de escape” para disipar la sobre-población y reducir el desempleo, la economía se hubiera colapsado hace tiempo.

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