Verguenza contra dinero, publicada en El Nuevo Dia, 19 de abril, 2010
Vergüenza contra dinero
Hernán Padilla
A mediados del siglo 20, Luís Muñoz Marín predicaba que era necesario combatir el dinero poderoso que controlaba el tejido social y darle paso al buen gobierno basado en justicia social y bienestar colectivo. Su meta era transformar al país económicamente. Su visión política era un Puerto Rico donde predominaba la “vergüenza contra el dinero”.
Hoy, el país es testigo del bochornoso drama personal y político de un ex-senador, delincuente federal, confeso de soborno y venta de influencia. Este hombre, que vendió el honor de su familia y el servicio público, proviene de “buenas y honorables familias”, entre ellos su abuelo Jorge Font Saldaña, fundador del PPD, periodista y ex Secretario de Hacienda.
Debe preocuparnos, no la tragedia personal del ex legislador que fué expulsado del PPD y el PNP, pero sí la tragedia que consume a Puerto Rico. Algo anda muy mal cuando personas supuestamente educadas en escuelas católicas y con educación universitaria ignoran los principios de ética y los valores positivos como la verdad, no robar y no perjudicar el bien colectivo. Este espectáculo público de ambición desenfrenada pone de manifiesto la profunda crisis valorativa del tejido social insular.
El delito y la conducta depravada de De Castro Font son dañinos y despreciables. Destruyen el idealismo político de su generación. Como en el caso de De Castro Font, los legisladores, funcionarios públicos y figuras de los negocios acusados de corrupción, venta de influencias, soborno y fraude no actúan solos. Ahora comenzará el desfile ante el Fiscal Especial Independiente de los cómplices, sobornadores, ejecutivos, “aseguradoras”, cabilderos y políticos, productos de la corrupción del país.
El fenómeno social delictivo de la corrupción de funcionarios públicos no se da en un vació. Si bien es cierto que durante la pasada administración se refinó la corrupción gubernamental y se elevó a la altura de una “ciencia exacta”, la génesis está claramente reportada desde los inicios de la vida colonial española. La isla era ejemplo de corrupción administrativa donde predominaba la evasión del pago de impuestos dentro de un marco de pobreza colonial.
La responsabilidad y la culpa son colectivas. La corrupción es evidente cuando roban agua y energía eléctrica, radican reclamaciones falsas, lavan dinero comprando billetes de lotería premiados, engañan y roban a los que han trabajado fuerte para sus hijos y familia, falsifican certificados de nacimiento, compran licencias profesionales y evaden pagar las contribuciones.
La corrupción envenena todo el tejido social. La corrupción en las instituciones civiles, estructuras gubernamentales, entidades religiosas y la vida diaria de la población es lo que permite el clima de inseguridad creado por el crimen organizado y los narcotraficantes que “lavan” el sucio dinero producto de la droga en los 250 “puntos” calientes.
La tabla de valores del pueblo de Puerto Rico también debe estar ante el Tribunal acusatorio. Es evidente que “ser más listo que los demás”, vivir del “mango bajito”, aceptar la mediocridad, la vida fácil, el favoritismo, contratos de batatas políticas, despilfarrar fondos públicos sin consecuencias adversas, “bautizarse con los de arriba”, “hacerse rico a costa de los otros”, y el egocentrismo del “sálvese el que pueda” han calado profundo en la cultura de la sociedad puertorriqueña.
El drama judicial de De Castro Font ofrece una oportunidad extraordinaria para aleccionar a todo el país sobre la subcultura de corrupción. Tan corrupto es el que sugiere, gestiona o exige el soborno como el que lo paga. Los funcionarios públicos y/o electos que caen en las garras de la corrupción sufrirán en su propia carne el dolor de vender el honor de su familia y su país. Este juicio debe ser televisado como una lección de ética y una oportunidad única para rescatar el honor y la vergüenza del país.